1. El misterio de fe, es decir, el inefable don de la Eucaristía, que la
Iglesia católica ha recibido de Cristo, su Esposo, como prenda de su inmenso
amor, lo ha guardado siempre religiosamente como el tesoro más precioso, y el
Concilio Ecuménico Vaticano II le ha tributado una nueva y solemnísima
profesión de fe y culto. En efecto, los Padres del Concilio, al tratar de
restaurar la Sagrada Liturgia, con su pastoral solicitud en favor de la Iglesia
universal, de nada se han preocupado tanto como de exhortar a los fieles a que
con entera fe y suma piedad participen activamente en la celebración de este
sacrosanto misterio, ofreciéndolo, juntamente con el sacerdote, como sacrificio
a Dios por la salvación propia y de todo el mundo y nutriéndose de él como
alimento espiritual.
Porque si la Sagrada Liturgia ocupa el primer puesto en la vida de la
Iglesia, el Misterio Eucarístico es como el corazón y el centro de la Sagrada
Liturgia, por ser la fuente de la vida que nos purifica y nos fortalece de modo
que vivamos no ya para nosotros, sino para Dios, y nos unamos entre nosotros
mismos con el estrechísimo vínculo de la caridad.
Y para resaltar con evidencia la íntima conexión entre la fe y la
piedad, los Padres del Concilio, confirmando la doctrina que la Iglesia siempre
ha sostenido y enseñado y el Concilio de Trento definió solemnemente juzgaron
que era oportuno anteponer, al tratar del sacrosanto Misterio de la Eucaristía,
esta síntesis de verdades:
«Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche en que él era
traicionado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el
cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrifico de la cruz y
a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y
resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad,
banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se llena de gracia y se
nos da una prenda de la gloria venidera».
Con estas palabras se enaltecen a un mismo tiempo el sacrificio, que
pertenece a la esencia de la misa que se celebra cada día, y el sacramento, del
que participan los fieles por la sagrada comunión, comiendo la carne y bebiendo
la sangre de Cristo, recibiendo la gracia, que es anticipación de la vida
eterna y la medicina de la inmortalidad, conforme a las palabras del Señor: «El
que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitaré en
el último día».
Así, pues, de la restauración de la sagrada liturgia Nos esperamos
firmemente que brotarán copiosos frutos de piedad eucarística, para que la
santa Iglesia, levantando esta saludable enseña de piedad, avance cada día más
hacia la perfecta unidad
e invite a todos cuantos se glorían del nombre cristiano a la unidad de la fe y
de la caridad, atrayéndolos suavemente bajo la acción de la divina gracia.
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