sábado, 4 de mayo de 2013

Carta de la Cena del Señor Jesucristo.



Esta carta quiero dedicarla a la Eucaristía y en más concreto, a algunos aspectos del misterio eucarístico y de su incidencia en la vida de quien es su ministro. Por ello los directos destinatarios de esta carta sois vosotros, Obispos de la Iglesia; junto con vosotros, todos los Sacerdotes; y, según su orden, también los Diáconos. Estos ministerios que empiezan normalmente con el anuncio del evangelio, están en relación muy estrecha con la Eucaristía.  Esta es la principal y central razón de ser del Sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella.
                Somos de modo particular, responsables “de ella”, tanto cada sacerdote en su propia comunidad como cada Obispo en virtud del cuidado que debe a todas las comunidades que le son encomendadas, ejerciendo el “sacerdocio real” la “fuente  y cumbre de toda la vida cristiana”. Donde nuestra Eucaristía es la acción de gracias, nuestra alabanza por habernos redimidos con su muerte y hecho participantes de su vida inmortal mediante su resurrección.
                La Iglesia “hace la Eucaristía” así “la Eucaristía construye” la Iglesia; esta verdad está estrechamente unida al ministerio del Jueves Santo. Cada vez que participamos de manera consciente de la Eucaristía, se abre en nuestra alma una dimensión real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres.
                Debemos hacernos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria humana, a toda injusticia y ofensa, y así el interior del hombre o mujer se hace morada de Dios en la Eucaristía. Siendo conscientes de Cristo habita en nuestro corazón y mente, nos hacemos imágenes de Cristo. La Eucaristía tiene el aspecto de pan y de vino, es decir, de comida y bebida; por lo mismo es tan familiar al hombre, y está tan estrechamente vinculada a su vida, como lo están efectivamente la comida y la bebida.
                El Sacerdote ofrece el Santo Sacrificio “in person a Christi”, lo cual quiere decir más que “en nombre”, o también “en vez” de Cristo. “in persona”: es decir, en la identificación específica, sacramental con el “Sumo y Eterno Sacerdote”, que es el Autor y Sujeto principal de este su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie. Solamente El, solamente Cristo, podía y puede ser siempre verdadera y efectiva  “fuerza propiciatoria” ante Dios. La toma de conciencia de esta realidad arroja una cierta luz sobre el carácter y sobre el significado del sacerdote-celebrante que, llevando a efecto el Santo Sacrificio y obrando “in persona Christi”, es introducido e insertado, de modo sacramental (y al mismo tiempo inefable), en este estrictísimo “Sacrum”, en el que a su vez asocia espiritualmente a todos los participantes en la asamblea eucarística.
                Todo Sacerdote, cuando ofrece el Santo Sacrificio, ora la Iglesia entera; es un bien común de toda la Iglesia, como Sacramento de su unidad, donde el ordenado puede tocar las sagradas Especies, su distribución con las propias manos. Por esto y mucho más cada vez que se realiza este Santo Sacrificio el Sacerdote debe hacerlo con amor y vivencia de este gran misterio.


 

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